Reflexiones sobre el Día Internacional de la Mujer.

Desde mi perspectiva de mujer, me parece sorprendente que en pleno siglo XXI sea necesario seguir conmemorando la lucha de la mujer por su participación, en igualdad con el hombre, en la sociedad y en su desarrollo personal. Pero, desafortunadamente, sigue siendo necesario y lo he celebrado el pasado día 8 con un sentimiento agridulce.

Agridulce porque siento que todavía queda mucho por recorrer, que la maternidad y el desarrollo profesional todavía no van de la mano, que la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres todavía es una utopía incluso en países desarrollados como España y que muchas de las leyes y planes que anuncian son solo el maquillaje político de una sociedad que todavía se caracteriza por ser machista.

¿Machista? Sí. Me sorprende que tan poca gente haya señalado estos últimos años que la crisis económica ha afectado al colectivo de las mujeres más que a los hombres. En situación de dificultad económica, se opta mayoritariamente por un modelo más tradicional en el seno de las familias: las mujeres retornan a las funciones que culturalmente se atribuían a ellas, es decir, criar a los hijos y encargarse de las tareas de hogar. Sí, precisamente esas mismas que nos dificultaban la posibilidad de lograr la tan ansiada independencia económica y que constituyen la base de la igualdad.

Actualmente las portadas feministas las encabezan mujeres como Malala Yousafzai, Premio Nobel de la Paz en 2014 o Emma Watson y su campaña HeForShe o Melinda Gates y su iniciativa Catapult. Sin embargo, ellas son solo la cara visible, la punta del iceberg de un movimiento que, al fin y al cabo, ha requerido y requerirá del apoyo de todos (tanto hombres como mujeres).
De hecho, quiero aprovechar este post para recordar algo de la historia que hay detrás del Día de la Mujer Trabajadora y, en cierta medida, homenajear a los cientos de mujeres anónimas que fueron las que hicieron que hayamos llegado a este momento de “igualdad” (imperfecta, pero es un comienzo).
Curiosamente, hay diferentes fechas y versiones según la fuente que se consulte, pero prefiero fiarme de las de la Wikipedia. Parece que se atribuye el origen del Día de la Mujer Trabajadora a un terrible incidente ocurrido en 1908 en una fábrica textil de Nueva York. Como primer apunte, resulta escandalosa que la historia del sector textil esté marcada una y otra vez por casos de explotación, bien sea de mujeres o niños de países en desarrollo.

Volviendo a la historia, las mujeres trabajadoras de la fábrica se encerraron para protestar por sus condiciones laborales, las larguísimas jornadas de trabajo de más de 12 horas y los bajos salarios. Cuando se negaron a abandonar el encierro, la policía les lanzó bombas incendiarias y, como resultado, 147 de ellas fallecieron.

Fue en 1910, durante un Congreso Internacional de Mujeres Socialistas, la alemana Clara Zetkin (1857-1933), dirigente del Partido Socialdemócrata Alemán y organizadora de su sección femenina, propuso que se estableciera el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer. Un claro homenaje a aquellas mujeres responsables de las primeras acciones de protesta de mujeres trabajadoras.

Mi conclusión es que objetivamente, todavía nos queda mucho por recorrer y que no podemos dejar asuntos tan importantes en manos de terceros: es fundamental que todas y cada una tomemos conciencia de la situación y de cómo podemos aportar nuestro granito de arena de forma activa.

La propuesta va de la mano de la conclusión: que todas nos hagamos responsables de potenciar y de educar en temas de igualdad a través de los canales y medios de los que disponemos, siendo uno muy importante la educación en igualdad de nuestros propios hijos. Y que si en una entrevista de trabajo aparece el tema de que “tus hijos se pueden poner malos y hacer que no vengas al trabajo” seamos proactivas a la hora de declararlo y de difundirlo. La igualdad no se consigue llevando a los hijos al trabajo. Se consigue pagando salarios justos a hombres y mujeres por igual y repartiendo de manera efectiva y equitativa las tareas de hogar y crianza entre hombre y mujer. Hay ciertas cosas de las que solamente una mujer se puede ocupar, como son el embarazo y la lactancia. Debemos apoyar con medidas efectivas para que “conservar la especie” no se convierta en una penalización. Y para ello necesitamos la ayuda del gobierno, de nuestras propias parejas y por supuesto de las demás mujeres.

Solo de esta forma, sumando granitos de arena, se creará la montaña.