El sexo de las madres

El sexo de las madres

Las madres no tenemos sexo. Tenemos género, pero no sexo. Vemos mujeres jóvenes que compran lubricantes con sus parejas, o tests de ovulación para tener hijos. Y vemos mujeres mayores que compran lubricantes para… sí, bueno, para eso. Y Tena Lady. Entre medias, el vacío.

Parece como si trayendo hijos al mundo estuviéramos renunciando a nuestra sexualidad. Y debería ser todo lo contrario. Nada hay más animal, más primitivo, más sexual, que un parto. Un parto empoderado (en el que la mujer decide cómo y de qué manera, en el que propio dolor te lleva casi al límite de tu propia vida, en el que miras a los ojos al dolor y piensas que falta poco para que te enfrentes a tu propia muerte) te llena de un poder, de una consciencia de ti misma que nunca obtendrás en otro lugar.

Tu vientre es vida y gesta vida. Parir te empodera… pero la cultura occidental te borra del mapa. Eres más fuerte que nunca, más consciente de ti misma que nunca, eres más diosa que nunca, pero ya no importas. No se habla del sexo de las madres, pues parece que no existiera.

Las madres no tenemos sexo, o parece que no lo tuviéramos, porque durante un tiempo hemos dejado de practicarlo. Se nos bombardea constantemente con imágenes de súper modelos embarazadísimas e hipersexuales… pero la realidad es bien diferente. En mi caso, me sentía tan invadida durante el embarazo, que ni pajoleras ganas tenía de que alguien me invadiera todavía más. Pero también las hay que no pueden porque tienen que reposar, o las que no quieren porque ese nuevo cuerpo suyo les intimida y les da asco… por miedo a dañar al bebé, e incluso alguna he conocido al que el olor de su marido le repugnaba en esos momentos.

Luego vienen los postpartos, las lactancias y ¡ay! sus consecuencias para la libido. Noches sin dormir. Cólicos. Y también eso de lo que nadie habla: las incontinencias, las episiotomías que algún ginesaurio cabrón perpetra en ese momento en que más vulnerable eres. Acuéstate así con tu marido si te atreves, con tus bragas de algodón relavadas, con tu miedo, con tu dolor, con los puntos que te tiran. Porque tú quieres ser Amaia Salamanca y salir del hospital con tipazo, con pelazo y con los bajos listos para revisión, y hacerle fiestas al padre de la criatura como una Sherezade de las Mil y una noches… pero no te da la vida, no te da la hormona… y no tienes el coño para farolillos.

Las madres no tenemos sexo, pero un día, de repente, se les pasan los cólicos, empiezas a encadenar unas horitas de sueño seguidas, te apuntas a Pilates y se te pone el suelo pélvico que ya lo quisiera una contorsionista vietnamita, y descubres para qué sirven las bolas chinas, y se te coloca la hormona, y la ojera… Y te reencuentras con tu cuerpo, y descubres con asombro y agradecimiento que has abierto una nueva puerta.

Las madres tenemos sexo. Sexo de ojos nuevos, sexo que nace de lo más profundo de ti misma, de ese mismo lugar donde descubres una nueva seguridad, tu poderío (eso que ahora vienen a llamar “empoderamiento”). Y te miras con tus ojos nuevos de madre sin legañas, y te gustas. Y les gustas. Y si no les gustas, te da igual, porque tú te gustas y te quieres, con tu nuevo cuerpo, y tus nuevas caderas, y tus nuevos pechos, y tu piel que cuenta cienmil historias.

Las madres tenemos sexo, y creedme que no volvería a mi sexo de los 20 años, porque el de ahora me nace de lo más profundo. Porque he caminado por el abismo de mi propia muerte y la he mirado a los ojos para alumbrar vida.

Pilar Benítez, mujer todoterreno

Traductora jurada y amante del poder de la palabra

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