La zona de confort es un útero materno que nos acompaña y envuelve. Y allí, como bebés, nos mecemos y nadamos en el líquido amniótico de la tranquilidad y la calma. En silencio. A una temperatura constante. Nuestra vida transcurre en la zona de confort a un ritmo de horarios previsibles, conversaciones cliché, seguridad, reuniones del AMPA, chat de madres, la compra de los sábados. Paella de domingo con los suegros.
Pero hay personas, preguntas, situaciones, que nos sacan de la zona segura, y nos hacen caminar por el abismo de nuestro propio desconocimiento interno. —“¿Dónde te ves dentro de cinco años?” —“Dime dos cosas que te ilusionen realmente.” Ufff. No me hagas pensar.
A veces no somos capaces de contestar a estas preguntas. No sabemos describirnos a nosotros mismos, no sabemos lo que queremos, no somos capaces de plasmar en palabras o imágenes nuestros planes, deseos o sueños. Nuestro vision board interno parece más bien el cuaderno de un niño de guardería, bien porque nunca antes nos hemos parado a pensar en nuestro YO, bien porque nos da miedo asomarnos al precipicio de nuestra interioridad, por miedo a descubrir que este devenir diario, esta relación tóxica, este trabajo tedioso, este cuerpo, esta cara, no nos molan ni un poquito, y que queremos hacer mudanza de nosotros mismos y de nuestras circunstancias.
Pensar es muy jodido, y a veces duele, duele hacerlo out of the box, ir por la vida con zapatos verdes, ser diferentes, estar en coherencia interna con nosotros mismos, decir “sí” cuando todos dicen “no”, ser conscientes de que para ser felices a veces tenemos que ser valientes, tomar decisiones complicadas, tener un punto egoísta, o por el contrario ser locos altruistas, subversivos, vanguardistas, OscarWildes en provincias, dalinianos, putosgenios incomprendidos con puntito marginal.
Pensar es hacerle electroshock a nuestra vida. Es cuestionarnos, tomar decisiones, coger la goma de borrar de lo que no nos gusta, el fluorescente para remarcar lo que queremos. Es vernos desde fuera y nominarnos en nuestro propio reality, y en ocasiones echarnos de La Casa porque no damos juego, porque tenemos que dejar espacio para otros más intensos, más polémicos, menos previsibles. Cuando pensamos nos pasamos la ITV del alma, renovamos un contrato de alquiler con nosotros mismos, a pelo, sin fianza ni seguro de solvencia, sin nada que nos respalde más que nuestra propia interioridad.
Pensar a veces se nos hace bola porque nos descubre como seres incómodos o inesperados, porque revela vacíos, porque nos hace ir contracorriente, porque nos hace llevar paraguas de colores en medio de la lluvia. Nos hace mirarnos, y ser mirados, exponernos en nuestra desnudez, tragar saliva mostrando piel y heridas, algunas muy abiertas y sangrantes, vacíos, carencias, defectos, negruras.
Pienso y me enfrento a lo que no me gusta de mí. De mi vida, de mis decisiones. Y con valentía decido calzarme mis zapatos verdes y dar un paso más, y otro más, y echarle Betadine a lo que escuece, y lamer la herida que duele, y curar con algodón mi carencia. Porque solo si me conozco, solo si me acepto, solo si me quiero, conseguiré avanzar.
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Pilar Benítez, mujer todoterreno
Traductora jurada y amante del poder de la palabra
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