Las ‘zishunü’: el derecho de las mujeres a ser solteras

Las mujeres ‘zishunü’ de China conquistaron hace un siglo el derecho a ser solteras, el derecho a “peinarse solas”. La decisión de no casarse es algo que aún hoy en día puede resultar transgresor dependiendo de la parte del mundo de la que hablemos. En China, esta conquista protofeminista tiene más de un siglo, sin embargo, la presión para que las mujeres jóvenes se casen, sigue estando a la orden del día.

El término de mujeres “zishunü” hace alusión a las mujeres que en China, de acuerdo con la tradición, optaban por no casarse.  En la China rural del siglo pasado, era común que las mujeres jóvenes (con más de 24 años ya dejaban de considerarse jóvenes socialmente), estuvieran abocadas a elegir una vida en la que poco más podían hacer además de casarse y dedicarse al cuidado del hogar y de los niños.

En este contexto, surgió una tradición que hoy podemos considerar “protofeminista”, eran las llamadas zishunü, en mandarín, o jisornoi en cantonés, mujeres que, de acuerdo con el ritual, decidían “peinarse solas”, decidían no casarse.

Cuando una mujer renunciaba a casarse y pasaba a convertirse en zishunü, se liberaba de una vida encorsetada y dedicada al marido y al hogar, pero también consagraba su vida a la castidad y a la oración.

De aquellas mujeres hoy apenas quedan unas pocas supervivientes, entre las que está Liang Jieyun. Según se describe en el artículo publicado en El País, “Las mujeres chinas que se peinaban solas”, en torno a esta elección de vida había todo un ritual:

“La mañana en que Liang Jieyun renunció para siempre a casarse, hace casi 70 años, se levantó temprano. Su familia sacrificó una gallina a la diosa Guanyin, protectora de la fortuna y de las mujeres, en el templo de su aldea de Cantón, en el sureste de China. Su madre le deshizo la trenza que la identificaba como doncella. A continuación, murmurando entre dientes las palabras rituales, y con golpes de peine expertos, le ató el cabello en el moño característico de las mujeres casadas. Ella, sonriente, ofreció té y viandas a sus parientes, como en cualquier otra boda. Pero no había marido.”

Esto sucedió cuando Liang Jieyun cumplía 22 años y fue la única manera que tuvo la entonces joven mujer de cambiar su destino.

El matrimonio y la descendencia como forma de vida fue una situación perpetuada durante siglos en China en gran parte debido a la tradición confuciana, en la que los hijos estaban obligados a continuar con el linaje y hacerse cargo de los mayores. Esta forma de vida fue la consecuencia de que, todavía en la actualidad, sea posible ver a hombres y mujeres en China haciendo de casamenteros de sus hijos, aún más si se trata de una mujer y si, acercándose a los treinta años, ya corre el riesgo de convertirse en una “solterona”.

Hoy en día, la presión social en China para que las mujeres se casen sigue siendo muy fuerte y aunque el índice de divorcios asciende y el de matrimonios desciende, todavía existe una clara desigualdad entre hombres y mujeres que se refleja en diferencia salarial, violencia de género, escaso acceso a la formación superior… y sobre todo, una mentalidad social en la que las familias ejercen una fuerte presión para que las mujeres se casen y antepongan el resto de su vida a esta cuestión.

“Peinarse solas” fue una excepción y en cierto modo, una solución a medias, ya que la libertad no era total y la vigilancia social era fuerte, pero fue la opción que tuvieron muchas mujeres en China, desde el siglo XIX hasta los años 40 del siglo pasado,  de optar a cierta independencia, trabajar por su cuenta, vivir solas y no supeditar su existencia a la de su marido y sus hijos.

Cerremos este artículo con el ritual de las mujeres zishunü, un golpe de peine por cada paso al empoderamiento de la mujer:

“El primer golpe de peine para la buena suerte; el segundo, para la longevidad; el tercero para la satisfacción; el cuarto, para la seguridad; el quinto para la libertad; el sexto para las hermanas que se han jurado amor…”

Y así, apostemos por seguir peinándonos solas.

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Pilar Benítez, mujer todoterreno

Traductora jurada y amante del poder de la palabra