Mi querido jovenazo: vaya por delante que si me apuras un poco, tengo edad casi, casi para ser tu madre. Una madre joven, pero tu madre al fin y al cabo.Dicho esto, querido jovenazo, quiero darte las gracias por alegrarme los días. Tú no me conoces, pero yo te miro… ¡vaya si te miro!
Me cruzaba contigo todas las tardes cuando salía a correr por el paseo marítimo. Eras fiel a tu cita diaria, yo también. A veces te pillaba ya de vuelta, sin camiseta. Luciendo torso sudadito a la puesta de sol, abdominales marcados. Otras veces, era yo la que iba detrás del trote de tu culete sandunguero. Obviamente mi seguimiento era fugaz, pues pronto el esplendor de tus veinte años daba alas a tus pies y te alejabas hasta que te perdía de vista, para recuperarte poco tiempo después, en la segunda vuelta…
Eras el profe de natación de nuestros niños, el de cuerpo de escultura griega. Salías de la piscina y el banco de las mamás contenía la respiración. Six pack, muslazos, sonrisa Profidén. Insultantemente joven, insultantemente majo. Las gradas maternales rugen por lo bajo. Estremecimiento de cuarentona e isoflavona de soja. (¿Y eso de las cougar, cómo era?) Ayyy, Anita Obregón, tú sí que sabes.
Eres el chaval que entrena todos los días en mi gimnasio con la camiseta apretadita, el que se para a estirar los cuádriceps tras un rato de running. Y yo, tan contenta.
Pero no te escandalices, jovenazo, ni tampoco te ilusiones… lo nuestro es imposible. Te miro por el placer de mirarte y como se mira una puesta de sol o una obra de arte o unos Jimmy Choo de taconazo (y precio) prohibitivos. Eres un sueño y una fantasía, solamente eso, porque no volviera yo a la inconsistencia de los veinte, porque abrirías la boca y me aburrirías (mucho), porque las mujeres de mi edad somos profundas y complejas, oscuras y ensortijadas como los meandros de un río tropical. Y queremos miraros, y quizás incluso provocaros un poquito, para luego comentarlo entre nosotras mientras nos tomamos unos vinos. Sin malicia. Recreando con el pensamiento un sueño de turgencias, barbitas incipientes, brazos duros, abdominales duros… de, en fin, todas las durezas. Porque a partir de ciertas edades necesitamos recuperar, siquiera mentalmente, la esperanza de una vida ajena a las noches en vela, los Dalsys, los pises a deshora, del agotamiento extremo, del “no llego”, del todo el día encaramadas al tacón, de Superwomans y DoñasPerfectas, y cambiar el vino y el champán por el recuerdo de un mini compartido, de los primeros cigarros, de una vida más simple y descomplicada.
Venga, jovenazo, sigue quitándote la camiseta, porfa. 🙂
[PD: Este post está dedicado especialmente a mis queridas A. y S. ¡Va por ustedes, señoras!]
[PD 2: Espero que este post no me cueste el matrimonio…]
Pilar Benítez, mujer todoterreno
Traductora jurada y amante del poder de la palabra
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